Comerse una ciudad

Una parada gastronómica en Tánger

Hay muchas formas de llegar a Tánger. Puedes hacerlo en coche, ir en avión hasta Rabat y desplazarte desde allí o hacerlo en ferri desde la Península. Utilicé el último medio de transporte embarcándome en Tarifa. El viaje estuvo “movidito” y me iba haciendo una idea de lo que encontraría, porque una ciudad con un pasado histórico tan internacional me creaba ciertas expectativas.

Al llegar, me sorprendió la luz, que era diferente. Era el mar o su reflejo, no sé, el que fue despertado mis sentidos. Avanzaba hasta mi destino dejándome llevar por los colores, los olores, las miradas de los habitantes de Tánger; pero, no fue sólo la luz, ni el color, ni los olores, sino que también fue la comida. Estaba sobrecogida por el despliegue de sensaciones que invadían mis sentidos, y no me equivoco si digo que la sensualidad fue la protagonista de ese fin de semana. Olía a canela, a azafrán, a salitre… a menta, el olor que—en el té, en el mercado, en las calles—me atravesaba. Me habían hablado muy bien de la ciudad, tenía muchas ganas de ir, pero nunca se presentaba una buena ocasión. Las cosas, ya sabéis, vienen en su momento oportuno; en otro, no hubiera sido lo mismo. Hay ocasiones en que la luz, el sonido, los olores y los sabores se conjugan de una forma única, a veces irrepetible, que nos deja marcados por mucho tiempo.

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Qué comer en Tánger

Tánger podría ser una ciudad más, una de tantas de las enclavadas en la costa norteafricana, pero ¿qué hace de ella una ciudad tan especial? Por su situación geográfica (limita al norte con el estrecho de Gibraltar, al este y sur con la provincia de Tetúan y al oeste con el océano Atlántico), se convierte en un centro para la diplomacia y la actividad comercial de Marruecos y buena parte de Europa. Ya me he referido a su pasado internacional; las crónicas de Chukri y de Paul Bowles son un ejemplo magnífico para conocer algo más de esto. Las marcas de la historia están vivas en la ciudad: son sus huellas dactilares.

Hablemos de la comida, que tanto nos interesa. A cualquier europeo—a los andaluces tal vez menos—le sorprende Tánger, porque es una ciudad que vive en la calle: es su modo de vida; la gente está todo el día en la calle, sobre todo en la medina. Y la medina rebosa de todo lo que tiene que ver con la comida: puestos callejeros de fruta y verdura, huevos, carne, el mercado de pescado, ultramarinos llenos de especias, diferentes tipos de cuscús, frutos secos de todas clases… en fin, una variedad apabullante. No pasa nada si tienes hambre, si quieres picar algo mientras recorres ese apasionante entramado de calles pequeñas y estrechas, pues encuentras cosas que no hubieses imaginado. Yo andaba mirando en todas direcciones, sorprendida: allí el color del azafrán; más allá, el inenarrable olor a menta (para un momento y deja que te sirvan un té: no te arrepentirás); la variedad indescriptible de frutas. Pero tengo que abreviar, así que hablaré de tres productos que llamaron especialmente mi atención: el pan, las aceitunas y el nougat.

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Comidas callejeras en Tánger.

 1. El pan

 Aunque buena parte de su costa encare el Atlántico, Marruecos es un país mediterráneo, como España. Por eso el pan es fundamental en la gastronomía marroquí y está presente en todas las comidas. El típico es el pan plano (batbout) que podemos comprar en cada esquina, muy parecido al pan afgano. Se parece un poco al pan de pita y puedes rellenarlo de lo que quieras: carne con salsas (hay infinidad de ellas), atún, ensalada. Sólo tienes que echarle imaginación o, si estás en Tánger, dejarte llevar y sorprender.

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2. Las aceitunas

Las aceitunas, como en Andalucía, son omnipresentes y, no exagero si digo que no he visto tanta formas diferentes de prepararlas en mi vida: en vinagre y en sal, negras y arrugadas, encurtidas en limón, en adobo, con ajos, verdes en salsa “chermoula” o rotas y partidas. Mis ojos se iban detrás de la infinidad de colores: desde las negras a las naranjas, pasando por una variedad inmensa de verdes y morados. Mi acompañante me susurró en la medina: “Esto es el paraíso de los estorninos”. Deja que tus pasos se pierdan por las callejuelas de la medina, atrévete a probar aceitunas que nunca hubieras imaginado, y disfruta.

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3. El nougat

El nougat, una mezcla de almendras, miel y azúcar, cuyo aspecto te puede recordar lejanamente al turrón duro de Jijona, hace las delicias de todos los turistas. Y, por supuesto, las mías, que dejé de sentirme como una turista gracias a la comida. El puesto más popular de nougat está en pleno centro de la medina, en la Place 9 de avril desde 1952 y tiene hasta fanpage en Facebook.

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Llegué a Tánger con curiosidad y ganas de aprender; pasé los días entre sorpresas y descubrimientos y salí de ella con más curiosidad aún, con más ganas de conocerla. He elegido tres comidas callejeras, pero no son las únicas, hay mucho más, sobre todo una ciudad para comerla con los ojos. ¿Nos vemos en Tánger?


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